miércoles, 16 de julio de 2014

Va por los míos; mis "MIARMAS"

Desde este dejado, que no olvidado, rincón de la red de redes al que hoy vuelvo, quiero romper más lanzas que las que tiene el cuadro de "La rendición de Breda" (Breda, ¡que buena mantequilla de Holanda!) en favor de mis paisanos, esos sevillanos de nacimiento o naturalización, que de tanto escuchar nuestra expresión diaria de "miarma" hecha insulto en bocas forasteras, en alarde de irónica inteligencia, hemos hecho una bandera de ella; una seña de identidad.

Sepa el que me lea sin conocerme que, el que ahora mismo aporrea las teclas del ordenador, mal juntando veinte letras, viste ropa de corte clásico, luce patillas, lleva engominado el pelo rizado que el ADN de mi santa madre me legó, es hermano de 6 hermandades de penitencia y 3 de gloria, costalero de visera por debajo de la cejas y cañas remangás muy por encima de mis posibilidades, más aficionado que entendido de la tauromaquia, feriante bebedor de Tío Pepe (que no sólo bebo en feria), trianero de aspiración e inspiración, parroquiano del "Lairén" de Canalejas, "Portón" y "Don Carlos" de General Polavieja, de soportales de El Salvador y de copa larga por el Arenal y calle Betis de Triana. En los ratos libres que me deja todo lo anterior, frecuento los juzgados de toda España ejerciendo el viejo oficio de la abogacía. Sentado lo anterior, espero haberme ganado la "etiqueta negra" de "Miarma". Eso sí, no bebo ginebra (del Tío Pepe me paso al combinado de güisqui con cola), creo en la Sevilla de 2014, universal y cosmopolita, así como en la defensa de las tradiciones que nos dejaron nuestros mayores pero adaptándolas a los tiempos que corren.

Pues ahora me sale un afamado escritor y me afea el gesto. Haciéndose pasar por uno de aquí, coge mi "Miarma" y lo conjuga con la misma mala leche que el gadita caletero que no puede ver nada que se relacione con la madeja y el carmesí. Con las malas artes de la manipulación más canalla, coge mi berza de calabaza con su pringá y me la mezcla con kepchup para decir que la berza con pringá está muy mala. Pues no, mire usted, lo que está malo son los garbanzos con el tomate picante ese, no con mi pringá. Aplíquese el símil a los "Miarmas". El "Miarma" de cofradías, aficionado a los pasos y a los pases (de procesiones y de Morante de la Puebla, respectivamente), el de La Gitana y el Tío Pepe en la taberna con el suelo lleno de serrín a las 2 de la tarde, el del "Patrico" en el pelo (o de "Giorgi" si es más moderno), escúcheme bien, a ese "Miarma" hay que protegerlo igual que se protege la identidad de la Giralda contra la Torre Cajas... Caixab.. Pell... ¡la que está enfrente del Cachorro!

Y el "Miarma" tiene que estar orgulloso de serlo, porque con tan sólo escuchar Sevilla, hablar de Sevilla o ver Sevilla, el pecho no debe caberle en la camisa (de Bespoke mejor que de Sobrino), porque él no tiene la culpa de vivir en la ciudad más bella del mundo (igual que no tiene la culpa de que no haya un político capaz de hacer de ella también la mejor ciudad del mundo), por eso el "Miarma" tiene que ser humilde pero orgulloso, diplomático pero contundente, sevillano pero español.

Otro cantar, el kepchup en la berza, es el idiota integral que aspira a ser "Miarma". Ese no tiene cabida porque su idiotez manifiesta lo descalifica y hace tener la carencia de la esencia que te hace ser "Miarma". Porque el Miarma es jocoso, no chufla; gracioso, no pesado; pintoresco, no presuntuoso. Ese no puede serlo aunque su madre se ponga de parto cruzando el puente-Triana y no se sepa si lo parieron más trianero o más sevillano. Ese es idiota, no "Miarma".

En otra entrega hablaremos del orgullo "yonki y gitano". No sé cuando será, viendo lo que he tardado en escribir desde mi última entrada. Ahí os lo dejo: gracias por leerme, perdón por lo escrito.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Entre Fantasmas

Las vueltas que da la vida. Cuando era un niño me enseñaron a no coger caramelos de adultos desconocidos… y hoy siendo adulto, me piden caramelos niños desconocidos… Será cierta esa pregunta que hoy me ha hecho un contemporáneo mío de “¿recuerdas cuando íbamos de pequeños de casa en casa diciendo lo de truco o trato? Pues yo tampoco” por lo que no entiendo ni me explico por qué una ciudad como Sevilla se llena esta noche de fantasmas y otros seres similares, si mi Sevilla está llena de fantasmas todo el año, aunque eso sí, sin sábana y cadenas como van esta noche.

No es que me moleste mucho que hordas de pequeños monstruitos llamen a mi puerta repitiendo una fórmula ajena a ellos, sin saber lo que significa y la tétrica y estúpida tradición que representa, de los yanquis más imbéciles que se dedicaban a las cazas de brujas, lo que me molesta es que esos niños hoy adulen la ignorancia de los mayores que los educan (o no), mientras mueren tradiciones nuestras condenadas al ostracismo por el simple hecho de ser tradiciones de aquí.

Tampoco seré yo el que hoy haga un brindis al culto a los muertos o a la muerte, pues con ver el paso del Triunfo de la Santa Cruz un ratito el Sábado Santo tengo bastante, pero sólo basta con asomarnos a los ojos de nuestros mayores para saber lo que este día 1 de noviembre representa y significa. La mayoría de  mis 1 de noviembre los he pasado en mi querida Alcalá y me recuerdan a tormenta, a brasero de picón bajo la mesa camilla con aromas a alhucemas, a castañas asadas, huesos de santos y por supuesto, a un tal Don Juan intentando conquistar a una monja que se dejaba querer más de lo recomendado por su hábitos, preludio todo ello de la visita al día siguiente a honrar la memoria de los que se marcharon, recordar quienes fueron; su vida y su obra particular, ayudándome a comprender un poco mejor quién soy, de dónde vengo y los apellidos que me tocan defender en esta vida. Lecciones de vida resumidas en un nombre insertado en una fría loza de mármol; mis abuelos que se han ido, tíos-abuelos, bisabuelos e incluso primos a los que la salud no les acompañaron; en definitiva, nuestra Historia más inmediata.

Agradezco a mi familia esas lecciones que hoy comprendo mejor que antes y me compadezco de esos pequeños fantasmas y seres del terror que ni saben lo que hacen, ni aprenderán quienes son, condenados a seguir viviendo una tradición forastera, condenados a pasarla la noche entre fantasmas.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El verano de Sevilla

Ha llegado el verano a Sevilla. Aunque todos sepamos que ayer, a las cuatro y pico de la tarde entrase el otoño, Sevilla, por esa forma suya que tiene de entender la vida y medir los tiempos, abrió su alma al verano; a su verano particular.

Dejando a un lado las temperaturas, pues aquí no nos enteraremos del cambio de estación hasta bien entrado noviembre, cuando pasemos al frío más crudo, ya que nuestra ciudad si de algo adolece es de "entretiempo" (y mira que las tiendas de señores se hartan de vender trajes de estos), el verano que ahora llega nace más allá de lo meteorológico; más bien comienza el verano de nuestras tradiciones y costumbres.

Finalizado el período estival que deja nuestras calles como un auténtico desierto (fenómeno inversamente proporcional al que se observa en las orillas de las playas de Matalascañas, Rota, Chipiona, Sanlúcar y El Puerto de Santa María), la ciudad recupera el pulso cotidiano y la ilusión por sus cosas, esas cosas que identifican al sevillano y que éste las lleva esperando todo el año.

El verano de las tradiciones y las costumbres. Ese verano de nuestra sevillana cultura, que manda tomar la calle de viernes tarde a domingo. La cultura de la Cruzcampo y el cartucho de patatas fritas en el Salvador, mientras que el subconsciente te hace dedicarle una mirada furtiva, de reojo, a la puerta de la Iglesia y repasar en el calendario de la memoria los días que faltan para que la rampa esté en su sitio y el blanco conquiste la plaza. Es parte de nuestra cultura, igual que lo es la tapa de ensaladilla en La Alicantina, la tertulia cofrade en la bodeguita de El Retranqueo, las copas a lo largo de los 101 bares del Arenal, los cafés de media tarde y las noches en Triana en busca del compás más suyo y antiguo.

Esta es nuestra cultura, la que nos identifica, la cultura de vivir la alegría en la calle, porque bien que lo trabajamos durante la semana. Esa cultura que nos hace analizar científicamente desde febrero las ramas de los naranjos (con una entrega propia de especialistas en la materia botánica), para concluir con una sonrisa placentera, nada más atisbar la primera brizna de azahar, que "esto ya está aquí".

Puede ser que esta forma de vida bien nos diera para justificar una independencia por aquello de los "rasgos de identidad", pero Sevilla y su calle no entiende de política, primas de riesgo, recortes ni rescates. Mientras que no nos roben la luz de Sevilla, en septiembre de cada año, habrá llegado el verano a Sevilla.

viernes, 24 de agosto de 2012

Vístete de feria

Te espero vestida de lunares. Hoy es de esos días que espero nuestro encuentro con impaciencia, porque acudes al baúl de los tiempos a por tu traje de gitana, ese que permanece inmutable a los gustos y a las modas.

No encuentro el momento de volver a ti, de brindar por ti a la luz de una copa de los finos de nuestra tierra. Me consume esa espera, de poder cogerte del brazo y pasear por el real mirándote a los ojos, que en definitiva son los ojos de cada uno de mis paisanos alcalaínos.

Si hasta la prisa me invade y no encuentro el momento que ese primer rajeo de guitarra nos llame al baile por sevillanas... y cuando tú, Alcalá, te haces cante y baile por sevillanas, dibujas en el aire la alegría en cada lance, te vuelves pasión, compás y arte rematado por la belleza cincelada de las mujeres que te habitan.

Otra vez es Viernes de Feria, de otra feria más, aunque mi memoria me lleve a esos viernes de feria de mi infancia, aquella en la que tú y yo comenzamos a enamorarnos sin medida, hasta tal punto de sentirme como un "gazul" más, aunque mi primera luz de vida la viese a kilómetros de tus dominios.

Ya ha llegado el momento. Recógete el pelo a la antigua, adorna tu cabeza con la peina y los peinecillos, coge tu mantoncillo de alegría y ponte el traje de gitana, que te espero vestida de lunares.



martes, 14 de agosto de 2012

Mi Palabra

Mi palabra se presta, pero no se vende. Mi palabra tiene el acento que suena al sur de un país que cuando canta su mal espanta y, que si es estandarte de una tierra, es porque al escucharla poca gente necesita una traducción simultánea para entenderla.

Mi palabra es la defensa de mis costumbres, las que me enseñaron mis mayores, como la de disfrutar del sol que inunda una mañana de feria de Sevilla pespunteando los cien lunares del traje de una flamenca, escuchar el silencio en una tarde de toros en la Maestranza, la de contemplar Sevilla desde Triana una tarde de primavera.

Mi palabra es el eco de un tambor, el gemido de una corneta, es la respuesta a la llamada del capataz, en ese instante infinito que se tensa hasta el último músculo de tu cuerpo en la 'levantá' más fuerte de un pasopalio que quiere volar hasta el mismísimo cielo. Mi palabra es la de la mirada del nazareno tras su antifaz, la del penitente bajo la carga de su cruz, la del rezo enredado en los "quejíos" de una saeta.

Mi palabra es la oración que se refleja en los ojos de la niñez más bella, que tiene casa en la calle Dos de Mayo del Arenal; es la que se entrega a la Imagen más imponente de Cristo Crucificado que nos llama a la Conversión desde el compás de San Pablo; es la que encuentra el sosiego de la Buena Muerte de Cristo en los jardines del Rectorado; mi palabra es la barca que cruza una y cien veces el río de mi ciudad para no perder jamás la Esperanza.

Mi palabra es el ritmo del 3x4 que los artesanos del compás fabrican en sus viejos mostradores de madera, en una taberna cualquiera del barrio de la Viña; la que se vuelve mujer por octubre para dar a luz en febrero a toda una legión de chirigoteros, comparsistas y coristas.

Mi palabra es la pasión blanca y roja que se desboca en Nervión, la que lleva el eterno '16' a la espalda, la que no entiende de malos momentos porque ha recibido tanta Gloria por tanto fútbol disfrutado.

Mi palabra trae el sol y la sal de las playas de Cádiz. También trae ese "deje" de la gente de campo. Trae olor a madera y corcho que me ha legado mi Alcalá de los Gazules, ese pueblo donde se fabrican los sueños que el tiempo se encarga de hacer realidad.

Mi palabra es esto y más, por eso no cabe dentro de los libros, porque no hay libros en los que quepa el sentimiento que trae una palabra, la mía, la que aquí os comenzaré a dejar. Mi palabra se presta, pero no se vende.