domingo, 23 de septiembre de 2012

El verano de Sevilla

Ha llegado el verano a Sevilla. Aunque todos sepamos que ayer, a las cuatro y pico de la tarde entrase el otoño, Sevilla, por esa forma suya que tiene de entender la vida y medir los tiempos, abrió su alma al verano; a su verano particular.

Dejando a un lado las temperaturas, pues aquí no nos enteraremos del cambio de estación hasta bien entrado noviembre, cuando pasemos al frío más crudo, ya que nuestra ciudad si de algo adolece es de "entretiempo" (y mira que las tiendas de señores se hartan de vender trajes de estos), el verano que ahora llega nace más allá de lo meteorológico; más bien comienza el verano de nuestras tradiciones y costumbres.

Finalizado el período estival que deja nuestras calles como un auténtico desierto (fenómeno inversamente proporcional al que se observa en las orillas de las playas de Matalascañas, Rota, Chipiona, Sanlúcar y El Puerto de Santa María), la ciudad recupera el pulso cotidiano y la ilusión por sus cosas, esas cosas que identifican al sevillano y que éste las lleva esperando todo el año.

El verano de las tradiciones y las costumbres. Ese verano de nuestra sevillana cultura, que manda tomar la calle de viernes tarde a domingo. La cultura de la Cruzcampo y el cartucho de patatas fritas en el Salvador, mientras que el subconsciente te hace dedicarle una mirada furtiva, de reojo, a la puerta de la Iglesia y repasar en el calendario de la memoria los días que faltan para que la rampa esté en su sitio y el blanco conquiste la plaza. Es parte de nuestra cultura, igual que lo es la tapa de ensaladilla en La Alicantina, la tertulia cofrade en la bodeguita de El Retranqueo, las copas a lo largo de los 101 bares del Arenal, los cafés de media tarde y las noches en Triana en busca del compás más suyo y antiguo.

Esta es nuestra cultura, la que nos identifica, la cultura de vivir la alegría en la calle, porque bien que lo trabajamos durante la semana. Esa cultura que nos hace analizar científicamente desde febrero las ramas de los naranjos (con una entrega propia de especialistas en la materia botánica), para concluir con una sonrisa placentera, nada más atisbar la primera brizna de azahar, que "esto ya está aquí".

Puede ser que esta forma de vida bien nos diera para justificar una independencia por aquello de los "rasgos de identidad", pero Sevilla y su calle no entiende de política, primas de riesgo, recortes ni rescates. Mientras que no nos roben la luz de Sevilla, en septiembre de cada año, habrá llegado el verano a Sevilla.